Las personas.

Gracias por haber querido entrar en el mundo de los seres individuales dotados de vida y sensibilidad.

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martes, 11 de agosto de 2009

Media sonrisa y un montón de rosas rojas.

Era un domingo de febrero, de esos en los que comienzan a verse los primeros indicios de que se acerca marzo y con él la primavera. El cielo se encontraba nublado pero no amenazaba con llover, era un alivio, porque acababa de salir de la peluquería y no me habría hecho nada de gracia mojarme. Yo caminaba con paso lento y torpe, me agobian demasiado las aglomeraciones. Llevaba la mirada perdida por lo que me choqué varias veces con diferentes personas, la mayoría señoras mayores, y a más de la mitad no las pedí disculpas. Había pasado el centro de la plaza, la peor parte desde mi punto de vista, me disponía a salir por uno de los laterales y callejear un poco hasta llegar a casa, continuaba con el agobio a causa de la gente y no prestaba atención ninguna a los rostros de la gente. Ya estaba bastante lejos de aquel infernal lugar, digo infernal porque apesar de estar nublado hacía un calor increíble para ser febrero, cuando me topé con otra masa de gente: caras de desconocidos moviéndose a diferentes velocidades que conseguían marearme y desorientarme. "¡Por fin!" pensé cuando finalmente estaba llegando a la zona de callejuelas por las que no había apenas gente, pero qué lástima, mi gozo en un pozo, otra masa de personas imparables se dirigía hacia mí. En ese momento estaba tan harta que decidí caminar sin cuidado, aunque me chocase con todas aquellas personas yo debía salir ya de aquel lugar. Al principio no me fue mal, pero después comencé a chocarme con todo el mundo y muchos de ellos no paraban de gritarme insultos y palabras malsonantes. Ya sí que estaba fuera de peligro, había entrado en una callejuela que conocía como la palma de mi mano, tardaría unos escasos cinco minutos en llegar a casa. "¡Mierda!" grité mentalmente cuando volví a chocarme con alguien, esta vez era un chico que llevaba un montón de rosas rojas agrupadas en un ramo: -Perdón. -me salió una voz horrible ya que hacía bastante que no hablaba y me sentí avergonzada.
-Ha sido culpa mía. -respondió él con media sonrisa. Me encantó.
-Oh, mierda. -dije casi gritando, desesperada, al ver que le había tirado unas cuantas rosas al suelo. Me agaché a cogerlas y él hizo lo mismo.
-Tranquila, no te preocupes, no pasa nada. -su voz sonaba tan convincente que llegué a pensar que realmente le daba igual. Nos levantamos nuevamente a la vez y le ayudé como pude a colocar las rosas de nuevo en el ramo. -No, estate quieta, no hace falta que las coloques.
-Claro que hace falta. -le respondí con un tono que me sonó demasiado borde.
-Me llamo Mario. -me tendió su mano y yo la estreché con delicadeza.
-Yo soy Naiara. -respondí con una sonrisa cordial.
-Bonito nombre. Toma. -escogió una rosa, debo decir que la mejor de todo el ramo, y me la entregó. No pude negarme, entre otras cosas porque en aquel momento no me encontraba con los pies sobre la tierra, todo aquello parecía un sueño.